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JOAN LLUIS MONTANE,
CRITICO DE ARTE |
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ALEJANDRO CORUJEIRA
De 'Canción de mudanza' a 'Párpados de oro rojo'.
Alejandro Corujeira (Buenos Aires, Argentina, 1961) presenta en Galería Marlborough de Madrid su
última producción que se encuentra en línea con la abstracción poética, de reminiscencias
constructivistas, en la que desarrolla su discurso plástico basado en las formas y la confección
de territorios que van delimitando islas separadas por distintos colores, que son hilos, que se
esfuerzan en transformarse en espacios sensuales.
El creador argentino combina su disponibilidad hacia el tratamiento del espacio, sumergiéndose
en las coordenadas del tiempo, entendido como elemento consustancial. Existe el espacio porque
hay el baremo tiempo que delimita y ordena las formulaciones que nos acontecen describiendo sus
composiciones desde ángulos muy diferentes. De ahí que su obra sea consecuente, busque la
configuración deconstructiva, para formalizar expresiones que recuerdan las aportaciones de los
constructivistas, en el sentido de configurar para entender; entender para saber y saber para
ser conscientes de que hay una posibilidad real de transformación efectiva en todos los órdenes.
Este proceso latente de permanente transformación es el que define el desarrollo de
geometrización dinámica de Corujeira.
Por ejemplo, en 'Canción de mudanza', acrílico sobre tela, del año 2002, muestra las capacidades
de la forma, para constituirse como entidad en sí misma, para sobreponerse a otras formas que
se insertan en un entramado en el que lo importante es la originalidad del destino; con una
estructuración de los diálogos plásticos en los que la trama es la composición real. No intenta
formalizar pretextos, sino que establece sugerencias, pero va más allá de la propios límites.
Su fin último es proponer. Esta actitud la vemos muy marcada en 'Párpados de oro rojo', de
280x270 cm., acrílico sobre tela, en la que se intuye de forma visceral un tratamiento
singularizado del motivo que le ha conducido a crear esa determinada obra.
También se sumerge en el diálogo entre lo interior y lo exterior, en la dialéctica basada en lo
matérico como forma, que al final se da a conocer a partir de unas sugerencias más o menos
veladas en su pintura y su inclinación natural a las superposiciones, insinuando formas que no
se ven pero que se vislumbran. El resultado final es una creación pictórica muy elaborada en la
que juegan un importante papel tanto los formatos que emplea como las formas, generalmente
nutridas de colores distintos que se combinan sin problemas, pero que mantienen sus distancias.
Hay un discurso sensible y hermético, en el que predomina la influencia interior, para
delimitar los alcances de la construcción.
Gesto, curva, formas redondeadas, ausencias de ángulos y líneas rectas que se contraponen con
los soportes, que son formas, que contienen ángulos. Aunque si observamos con detenimiento su
pintura, vemos estructuras rectangulares, generalmente de dos colores, emplazadas en los bordes
superiores o inferiores de la composición. Pasan desapercibidas pero están ahí, como presencia
muda de una geometría más contundente, pero nutrida de colores suaves, lo cual les da un aire
de componentes de expectación y no de actores directos. El resultado es un diálogo constante
entre la materialización de la forma como entidad matérica y la ausencia de ésta en un contexto
en el que queda su huella. Es el ser y el estar, el diálogo entre lo concreto y lo inmaterial.
Miseria, hambre, desconexión, culto a la esencialidad de los elementos para descubrir que,
detrás de lo misterioso, en muchas ocasiones, subyace la verdad de lo real, que es la
subsistencia pura y dura.
Joan Lluís Montané
De la Asociación Internacional de Críticos de Arte.
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