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            MONTANE NEWS
  
José Luis Viejo Palacios, en los pliegos del gesto cromático, iconografías
 
  
Simbólico, gusta de configurar una composición caracterizada por su potenciación de las iconografías laberínticas, en las 
que podemos observar caras de animales y de seres humanos, inmersas en un marasmo explosivo de vericuetos y caminos que 
conducen a diferentes destinos.  
El artista español residente en Comunidad de Madrid, con exposiciones en nuestro país y Estados Unidos, no trata de 
sintetizar su expresividad, antes al contrario, muestra, con toda libertad, su fuerza pictórica, basada en el color, pero, 
también, en la manera con que ubica la materia, bien sea procedente de los propios pigmentos, o bien de telas, sacos, 
papeles, collages de diferentes procedencias, a los que inserta fragmentos de telas, arpilleras u otros tejidos. Está 
claro que combina determinación matérica, en el sentido de montar la línea de la vida, de la existencia, a partir de 
relieves, en ocasiones casi escultóricos, que  vistos en perspectiva, recuerdan ciudades futuristas, o bien organismos 
pluricelulares o entes de otros planetas.
   
El color es la sangre, la expresividad, el hálito de vida, la energía que incide en la materia, transformándola, dándole 
diferentes adjetivos, confiriéndole carácter, personalidad, dotándola de esencia directa. De la misma forma que el espacio 
es el escenario en el que se desarrolla el drama cotidiano, en el que confluyen, por un lado, una concentración de 
materiales que son el corpus de la propia esencia, que es trabajada por la energía, que es el color, en una dinámica en 
el que el tiempo existe dentro del espacio. Porque siempre capta momentos del momento, sin pretender hieratizarlos, sino 
todo lo contrario.
   
Es un captador de instantes, apenas milésimas de segundos, gestos que se expresan con la voluntad de transformarse en 
otros gestos. Se trata de vaciar su yo interno, de expresarse con las armas de la serenidad de espíritu, volcando la 
fogosidad de su interior. Porque es un creador inquieto, que no gusta del estatismo, sino que, según las necesidades 
plásticas, experimenta a nivel cromático, o bien incorpora materiales. Desestructura zonas, intuye otras, buscando 
potenciar con el color la composición, determinando asaltar literalmente el centro, bombardeándolo de proyectiles de 
materia, en los que el color posee la fuerza del impacto final. De ahí que su pintura esté orlada de fuerza, no solo 
visceral o física, sino que se encuentra revivida con determinación precisa a partir de las leyes de la transformación 
de la existencia que aplica con singularidad plástica.
   
La biología es la materia; la sangre es color, equivale a la energía, que actúa de espíritu que catapulta a la forma a 
desestructurarse para, luego, reconstruirse, conformando un nuevo entramado abstracto en el que se vislumbran 
iconografías. De hecho en los pliegos del gesto cromático surgen con frescura iconografías, que son signos, 
insinuaciones, caras, rostros, ojos, bocas, cuellos alargados o no, fragmentos de cara, cuerpo, ropajes... 
Personajes que se enfrentan, otros que miran retadores, que se miran sin mirar, traumatizados por el odio o el amor que 
los gobierna.
   
En ocasiones, vemos determinados fragmentos de utensilios, en otras explosiones que destrozan músculos, órganos, 
esperanzas e ilusiones. En series pictóricas específicas contemplamos escenas, en apariencia urbanas, pero, una visión 
más próxima, nos revela su coherencia final. Se trata de inmigrantes lanzados al primer mundo a la loca y desenfrenada 
carrera por la subsistencia, pero que se han quedado anclados en los hierros, mientras la sangre salpica la acera, 
mancha la valla, y la alambrada se convierte en un concierto de ayes. En otras observamos la incidencia de la historia 
en los collages, trozos y fragmentos de una época política que ha marcado este país, de seres que lo hundieron, que lo 
condujeron a un abismo del que ahora se recupera. Son las iconografías de José Luis Viejo, que se nutren de canciones y 
expresiones, que inundan con sensaciones del alma, estancias frías, apócrifas y posmodernas de realidad del espíritu de 
exclamaciones que viajan con la ternura como bandera.
  
Joan Lluís Montané 
De la Asociación Internacional de Críticos de Arte    
       
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